domingo, 6 de marzo de 2011

Cazando al cazador (Relato)


(Continuación de la partida de rol que estoy dirigiendo. Magic y psicología a la espera, no me olvido xD)

No había sido elegante. La pulcritud y el cuidado habían sido relegados a un segundo plano para dar paso a la ansiedad de recuperar una normalidad que puede que nunca existiese. Zimerman no podía dejar de pensar en ello, ¿era su manera de trabajar lo que cambiaba la situación o eran las circunstancias las que marcaban las líneas de su proceder? El humano que trajeron sus subordinados era muestra de que su particular estado de bienestar puede que no fuese más que una figura de arcilla sin terminar, pincelada con apenas unos rasgos visibles de cuidado y sutileza pero siendo en esencia un tosco trozo de barro.

Pero la información era vital, costase lo que costase. La vida de un anónimo mendigo no iba a echar por tierra todo su esfuerzo. No tenía mucho sobre lo que trabajar: un coche marrón destartalado, una sombra sonriente (¿quizás el Sabbath? Imposible, no en Alcalá) y un brazo aparecido de la nada con esa palabra, esa maldita palabra. La mente de Zimerman funcionaba a toda máquina a pesar de su semblante serio. Dio las órdenes de rutina para dejar limpio el asunto del mendigo y fue a su oficina a pensar con calma.

La Gehena no podía ser real. Ese era el primer punto a asumir para poder continuar. La muerte y el caos colectivo se alejaban de su estilo de vida y aceptar su llegada sería como esconderse bajo las sábanas de la cama cuando entran a robar en casa. Tampoco era la forma de proceder del Sabbath, ellos habrían hecho una pila de cadáveres y un pentagrama con Jack Daniels en el centro de un parque infantil en llamas. Los hombres-lobo se encontraban en las afueras y hacía años que no se adentraban en la ciudad; de nuevo, tampoco era su forma de hacer las cosas. Tenía que ser un grupo de personas, humanos o vampiros. Quizás incluso solo un individuo, un desquiciado con ganas de protagonismo y aburrido de seguir vivo.

García había sido útil. No había denuncias de coches robados con una descripción tan particular por lo que, o era el legítimo dueño o simplemente no se había dado parte del robo, probablemente por defunción prematura del legítimo poseedor. Poner a trabajar a la policía provocaría suspicacias y, sobre todo, te arriesgabas a que hiciesen bien su trabajo y encontrasen el coche. De nuevo García aportó una interesante línea alternativa: podría haber adquirido el coche a un usurero. En las afueras había un desguace que componía coches con piezas sueltas, auténticas tartanas listas para llevar a una muerte segura al desdichado que se atreviese a usarlas; perfectas para alguien que quisiera pasar desapercibido, sin registro, sin preguntas, al contado, disfrute de su nuevo automóvil y no se preocupe de utilizarlo como coche bomba.

Era el momento de mandar a sus chicos. El trabajo en la fábrica no había sido un ejemplo para exponer a los futuros cainitas del buen trabajo y la perfección pero habían conseguido el objetivo sin crear una orgía de sangre de las de primera plana a todo color. Siguiendo su línea de pensamiento, el individuo particular, había que andarse con pies de plomo. Mandar a García en su flamante coche patrulla podría ponerle en alerta. Y si además estuviese directamente en ese desguace...bueno, los golpes de suerte existen para todos, incluidos los vampiros.

Llamó a su secretario y le dio las instrucciones precisas. Antes de colgar ya tenía sobre la mesa su botella de sangre pura, primera calidad sin deplorables añadidos como las drogas o el alcohol tan de moda entre los humanos. Puede que las cosas terminasen antes de lo imaginado, o puede que todo acabase en el fondo del retrete más inmundo que pudiese concebir su imaginación. Pero una cosa era segura: ahora él era el que estaba de caza.

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