miércoles, 19 de enero de 2011

El peligro del etiquetado en psicología clínica


Hoy voy a hablar de uno de los mayores problemas en mi opinión que existe en la psicología clínica, afectando también en la población normal. La asunción ''etiquetado'' hace referencia a clasificar a alguien con un trastorno psicológico: ese es depresivo, aquel es bipolar y fulanito aunque no le conozca mucho seguro que tiene algo chungo de la personalidad... Es normal y hasta aceptable en muchos casos pero que lo haga un psicólogo clínico puede ser peligroso.

¿Cómo puede ser esto si la propia psicología aporta manuales de diagnóstico? Por 2 características que envuelven el propio marco de aplicación de tratamiento mental: la psicologización de la sociedad y la pobre formación de los psicólogos clínicos. Unidos crean un cóctel explosivo que puede acabar en graves consecuencias para la persona que busca ayuda real en un profesional.

La psicologización de la sociedad

No es ningún secreto que el lenguaje mundano adopta con el tiempo expresiones de las áreas de conocimiento; ya nadie dice ''tómate una pastilla'', ahora te dicen que te tomes un ibuprofeno, disulfiram o esa cosa que acababa en -zam que me recetó el médico hace años y me vino tan bien. Todos nos volvemos ''expertos'' con el tiempo, lo cual no excluye a la psicología.

Cuando nos encontramos con una persona reservada, callada, que no habla demasiado ahora la gente dice introvertido. Me apostaría una mano a que todos conocéis esta palabra y daríais una definición sin problema de pedírosla. Realmente es un constructo de personalidad de dudosa validez, con demasiadas interpretaciones y sin una delimitación real de lo que abarca. Pues la tenemos día sí y día también. ¿Dónde ha quedado el clásico tímido? Se ha insertado en la sociedad y ya es de uso común. En la misma línea podemos encontrar a la gente supuestamente bipolar (que están casi orgullosos de serlo cuando es uno de los trastornos más incapacitantes...), la ingente cantidad de depresivos y anoréxicas gratuitos que pululan por el mundo (hasta mi madre al comer menos me decía ''a ver si te vas a volver anoréxico'') o el poder del inconsciente, fuerza superior que nos domina a todos y que de vez en cuando aparece y nos explica todo sobre nosotros.

Siguiendo esta línea de desconocimiento generalizado nos encontramos algo mucho más serio. El que se rompe una pierna cuando ya la tiene bien no llama más la atención, recordándolo como anécdota en el mayor de los casos; el que ha pasado por el psicólogo, aunque fuese hace 20 años y lleve una vida completamente normal, ya está marcado; ese siempre ha sido...rarito. Se ve como algo incurable, que oscila pero sin desaparecer del todo. Nada más lejos de la realidad pero es algo muy difícil de eliminar y sinceramente dudo que alguna vez vaya a desaparecer del todo. No me importa reconocer que incluso yo me muestro receloso con determinadas personas por esos temas pero no deja de ser una barrera para la gente que realmente necesita ayuda y no la busca por miedo a la estigmatización.

La pobre formación de los psicólogos clínicos

Es una lástima que tenga que incluir este apartado con un nombre tan fatalista pero creo que es el más adecuado, le he dado vueltas y cualquier otra cosa sería un eufemismo. Sin entrar a fondo en el asunto, los psicólogos clínicos suelen tener unos conocimientos muy pobres. Lo que he contado en otras ocasiones sobre DSM-IV, CIE-10, distintos trastornos, sutilezas en los diagnósticos...es ignorado en muchas ocasiones, ya sea por decisión propia (sin comentarios) o por pura vaguería.

¿Habéis conocido alguna vez un psicólogo que para justificar sus palabras te dice ''es así, no tienes que entenderlo, tú hazme caso''? Yo los he conocido a patadas, he trabajado con algunos y es un auténtico infierno. Siguiendo la temática del artículo ya me he llevado alguna reprimenda por insistir en que basar todo el tratamiento y la evaluación en una palabra tan vacía como depresión, ansiedad, esquizofrenia o cualquier otra clasificación es un error enorme.

Los trastornos mentales no existen. No hay ningún virus de la depresión, no existe un mosquito que te pega la anorexia o un coche que al atropellarte te vuelve un fóbico a las arañas. Son palabras que se usan exclusivamente por comodidad para englobar una serie de características, las cuales son en proporciones. La misma depresión no tiene por qué cursar con tristeza, por ejemplo. El mismísimo DSM-IV te repite en varias ocasiones que la evaluación y el tratamiento deben ser completamente individualizados a cada caso y que el manual por sí mismo es una guía, una herramienta más, no una biblia. La clasificación en los hospitales, archivos y para comunicarse entre psicólogos clínicos es útil por su sencillez, pero hay que darle la importancia justa.

Pues esto no es compartido por la mayoría de psicólogos clínicos. No conocen estos matices y no tienen problema alguno en decir ''tú, depresivo, ven''. Utilizan el enorme poder que les da su estadus de psicólogo para hacer valer sus ideas y opiniones basadas en una durísima ignorancia. Por supuesto hay buenos profesionales pero es un factor a tener en cuenta y que se da en nuestra sociedad.

Un caso de la vida real

Luisa tiene 43 años, está casada y tiene una hija de 16 años. Es ama de casa y aunque trabajó en el pasado decidió dedicarse a su hija a tiempo completo al nacer ella [...]. Acude a consulta por un problema que ella no sabe si realmente lo es. Desde hace unos 5 años le cuesta salir de casa, no es exactamente miedo, es una incomodidad, un sentimiento de inseguridad ante estar fuera de su hogar. Al principio se manifestaba como reticencias mínimas pero con el tiempo se fue agravando. Dejó de salir con sus amigas, las cuales a día de hoy apenas la llaman por sus continuas negativas y excusas. Ella las comprende, sabe lo incómodo que es que te inviten a salir y pongas una excusa tonta, pero empieza a tener miedo ya que con su marido también empieza a pasarle. No se atreve a ir de compras sin él y ya apenas hacen actividades de ocio, como ir al cine o salir. El último mes ha tenido discusiones bastante fuertes con su cónyuge por este motivo, y la situación comienza a volverse insostenible.

Decide acudir a consulta por la insistencia de su hija, la cual le habla de que esos miedos se los quitará el psicólogo sin problema y que al menos consultar con un profesional podría ayudarla. Animada y viendo que está empeorando más que nunca su problema acude al psicólogo. Su marido no puede acompañarla a consulta por el trabajo pero consigue llevarla al menos al lugar, quedando que su hija irá a recogerla más tarde.
Ya en la consulta le empieza a contar todo lo ocurrido hasta ahora, sin esconder ningún detalle, sintiéndose mucho más relajada. El psicólogo, taciturno, le dice que ella tiene un trastorno llamado agorafobia, consistente básicamente en tener miedo a salir de casa. ''Agorafobia, eso tengo'', piensa Luisa. Parece como si la sala hubiese bajado unos cuantos grados de temperatura, que la mesa de caoba que la separa del psicólogo se ha hecho de repente enorme y que ya por fin todo tiene una explicación: está enferma, con la llamada agorafobia y todo lo que ello implica. Ahora tendrá que volver a casa, con una pesadumbre absoluta y darle la dura noticia a su familia. El psicólogo le ha dado ánimos pero la realidad se le echa encima, tiene una enfermedad y no sabe si realmente saldrá de ella. [...]

¿Qué podemos ver aquí? Una mujer con agorafobia, de libro, de esos estereotipos que tanto usan en el cine. El psicólogo ha acertado y ha hecho su trabajo en la primera sesión, al menos parte según vemos en el relato, que es darle consistencia a lo que nos cuenta el paciente/cliente.

Yo no veo eso, solo una incompetencia absoluta por parte del supuesto profesional. Diciéndole que tiene agorafobia no hemos logrado nada positivo, consiguiendo a su vez un montón de problemas adicionales. Luisa venía a consulta por un problema que no sabía explicar pero que tenía conciencia de su existencia, estando dispuesta a trabajar sobre él. Ahora la hemos devuelto a casa totalmente derrumbada, con un diagnóstico prematuro que pesa sobre ella como una losa de puro titanio.

Un diagnóstico para una persona normal es un argumento circular que lo explica todo sin ayudar en nada. Todo su comportamiento ahora se explica porque es agorafóbica, y como es agorafóbica hace todo ese comportamiento inevitablemente. Ir paso a paso ahora será mucho más difícil, continuamente nos recordará que si no llama a sus amigas es por su agorafobia y que la agorafobia hará que no tenga la fuerza de salir este fin de semana con su marido. No solo eso, corremos encima el enorme peligro de que hable del asunto con sus familiares o busque información por su cuenta. Aquí descubrirá que además los agorafóbicos temen las afluencias de gente, los ascensores, que en ellos hay un cambio comportamental y que cursa con otros trastornos de ansiedad. Y hará memoria y recordará cuando estaba en el super un sábado por la mañana y sintió algo de ansiedad (ahora enorme a sus ojos), que es cierto que en los ascensores no podemos recibir ayuda de nadie y que su comportamiento desde luego normal no es.

No olvidemos el impacto que tendrá en su familia. Su hija le dio ánimos y se encontrará a su madre por los suelos, y su marido, ilusionado en recuperar a su esposa de antaño, la verá peor que nunca. Esto conllevará a que el tratamiento se alargará, con el correspondiente gasto ecónomico y desgaste emocional, junto al cambio completo en sus vidas. A lo mejor hasta empieza a medicarse con algo para la ansiedad.

Felicidades psicólogo, te has ganado el premio al empleado del mes.

Qué hacemos entonces con el diagnóstico y los psicólogos y personas que lo usan

Individualizar cada caso, esa es la clave. O, siendo menos correctos políticamente, ser mejores profesionales y trabajar más. Una evaluación adecuada requiere más de una sesión, donde tendremos en cuenta todo lo dicho anteriormente y muchas más cosas. Utilizaremos el lenguaje de forma adecuada sin precipitarnos, sin utilizar tecnicismos innecesarios, valorando cada frase que digamos para no complicar el caso. No es tan complicado como parece, en psicología clínica es un tema recurrente. Pero eso es estudiar, trabajar seriamente, y es mucho más sencillo utilizar la etiqueta y dejarnos de tanta historia.

A su vez debemos, como amigos y familiares, minimizar el uso de los diagnósticos prematuros. Siempre que me preguntan mi opinión empiezo con la frase (o acabo, pero la digo) ''cada caso es particular y sin evaluación seria no se puede afirmar nada''. Ya he comentado en el apartado de la psicologización de la sociedad lo fácil que se utiliza el lenguaje psicólogico, y como vemos en el ejemplo de Luisa las interpretaciones que se pueden llegar a hacer.

Últimos apuntes

Me ha quedado tremendamente larga la entrada, lo siento. Sé que tengo en la recámara escribir la segunda parte del anterior: será mi próxima entrada, y será en breves. Espero que os haya gustado, aunque sé que es más reflexión personal que datos específicos. Ya me comentaréis!

2 comentarios:

  1. Tremenda entrada, caballero.

    La verdad es que prefiero este tipo de entradas a las de los cartoncitos ;)

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  2. Yo tengo que admitir que durante la carrera era fan del modelo médico, del "tengo agorafobia". Vergonzoso, lo sé, pero al menos ya he corregido este fallo(y otros tantos) .
    Ahora sólo queda el problema de la sociedad. Yo también digo, siempre, lo de "cada caso es único, cada persona tiene una serie de comportamientos que le provocan malestar, y eso es lo que hay que arreglar", porque si no lo hacemos nosotros, estamos jodidos. Ya hay muchos del gremio jodiendo el asunto como para que nos crucemos de brazos.

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