martes, 8 de febrero de 2011
Visita al psicólogo: el proceso de evaluación (1)
Ir al psicólogo hoy en día sigue siendo un misterio para muchas personas. Aunque es una medida que se recomienda en muchas ocasiones por parte de familiares, amigos, profesores y cualquier persona que se haya despertado ese día con la vena de experto en problemas personales, y sea en igual número de ocasiones la respuesta comodín (ve al psicólogo, seguro que puede hacer algo) cuando no sabemos qué hacer, nadie está seguro del todo de lo que haces en consulta exactamente.
¿Hablar? Sí, hablamos, y mucho, aunque si solo hablásemos en el sentido coloquial desde luego más que psicólogos seríamos unos timadores de cuidado. ¿Pasarte muchos test con preguntas raras? Muy caros la mayoría desgraciadamente y con un consumo de tiempo y una falta de validez y fiabilidad estadística bastante dudosa.
Esta serie de entradas, sin un número determinado decidido, va a tratar de explicar en qué consiste, muy en líneas generales, el ir al psicólogo. Hay que mantener en la cabeza la idea principal de que cada caso es un mundo y dependiendo del trastorno o de la petición del cliente se actuará de una manera u otra.
Primeros pasos
Bien, nos encontramos en casa dándole vueltas a lo que nos pasa, eso que tanto nos cuesta hablar porque no sabemos cómo definirlo, nos da vergüenza o creemos que no tiene una solución real. Sabemos que existe una profesión llamada psicólogo y que la hija de la vecina del cuarto ha estudiado, nuestro primo segundo fue hace años y que en la tele suelen salir comentando todo tipo de cosas vestidos con traje de chaqueta. Miramos en internet y encontramos en nuestra ciudad un psicólogo particular que parece tener buena pinta (en otra entrada hablaré sobre los distintos tipos de psicólogos clínicos que existen). Ea, teléfono descolgado, llamando.
Nos contesta una voz de hombre y aquí empieza el proceso de evaluación. Ya con la primera llamada, el primer contacto con el cliente, comenzamos a tomar pequeñas notas mentales, pinceladas que son más útiles de lo que parecen a priori. Existe cierta discrepancia en la bibliografía especializada sobre este punto; algunos consideran que esta primera llamada es ya una fuente de información donde crear nuestras primeras hipótesis. Yo por mi parte me pongo más en la opción de ser una forma de conectar con el paciente (el cual de paciente tendrá poco en el futuro, va a trabajar mucho) sin querer entrar en excesivos detalles. ¿Por qué?
Lo primero por lo que comenté en una entrada pasada: el peligro del etiquetado. No sirve de nada que por teléfono te diga que sufre depresión. Estaremos ya predispuestos a seguir esa línea de pensamiento cuando venga, tratando de confirmarla en el peor de los casos. En psicología social se llama efecto halo: basar nuestras opiniones en una primera impresión. Lo segundo es que no debemos dar pie a que el paciente confirme sus propios miedos. De nuevo cito el mencionado artículo: si Luisa estaba tranquila y con cierto miedo te dice por teléfono que ha oído hablar sobre algo llamado agorafobia, decirle que probablemente sea eso sin hacer hincapié que primero se debe evaluar en condiciones puede llevar al desastre. Tercero y último (aunque hay muchos más detalles menores) porque no es nada riguroso, simplemente. Un psicólogo que lanza diagnósticos sin evaluar en condiciones no es un buen psicólogo.
Entonces, ¿para qué sirve la primera llamada en el proceso de evaluación? Para establecer el llamado rapport. Una palabruja de la que tampoco soy especialmente amigo de ella pero que engloba bastante bien lo que se debe conseguir. Podría definirse como hacer un vínculo con el paciente, restar tensión al hecho de ir al psicólogo, motivarle para seguir con el valiente paso que ha dado. En definitiva, crear un ambiente de buen rollo, dicho mal y pronto. Esto se consigue concretando el motivo de la visita en pocas palabras sin llegar a una palabra que dé pavor (en el caso de Luisa, podría ser algo parecido a: entiendo, se encuentra con una situación difícil de manejar a la cual no consigue darle una explicación clara. Bien, ¿le viene bien este día para vernos, Luisa?). Transmitir que nos interesa su problemática, que somos capaces de trabajar con ello y que se llegará a una solución a través del trabajo duro en base a unos conocimientos aportados por el profesional y una motivación del propio cliente.
En consulta: cara a cara
Lo primero que puede venirnos a la cabeza es la forma de saludar al psicólogo. ¿Si es una mujer le damos dos besos? ¿Si nosotros somos mujer y hombre debo darle dos besos, la mano? Puede parecer algo banal pero es más importante de lo que parece ya que la cercanía y la confianza en el psicólogo es fundamental, y una persona que nos da la mano fríamente sin levantarse del asiento detrás de su enorme mesa de nogal marrón oscura puede sugerirnos de todo menos buenos pensamientos. En general, y quitando casos muy particulares (niños muy pequeños, trastornos de personalidad específicos, psicosis claras...) lo mejor es ser realmente espontáneo y comportarse como en la calle. No es nuestro amigo pero tampoco es un profesional normal: vamos a contarle todas nuestras intimidades sin tapujos.
Superado este primer paso empieza el proceso de evaluación, el cual en la mayoría de ocasiones es una entrevista en forma de embudo. El psicólogo empezará con preguntas abiertas, incitando al paciente a que sea él mismo el que concrete con sus propias palabras. Un estilo no directivo, donde dejamos que se exprese abiertamente mostrando una escucha activa y matizando poco a poco. Le animaremos a que vaya detallando y organizando su relato para que nos dé pie a que hagamos preguntas más concretas, bajando por el embudo hasta acabar con una historia del cliente muy estructurada. Si empezamos con preguntas cerradas desde el principio corremos el peligro de perder muchísima información y si no concretamos a lo largo de la entrevista puede que el paciente se vaya por los cerros de Úbeda, algo más habitual de lo que podamos pensar.
Luisa es un buen ejemplo. Nos ha contado que apenas sale de casa. Bien, dejémosla hablar. Que ella misma nos cuente casos específicos, que detalle las escenas. Si nada más comenzar le preguntamos cosas como ''¿y desde cuándo ocurre esto?, ¿cuántas veces ha ocurrido hasta ahora? ¿Cómo se sentía?'', acabará tomando un papel de espectadora limitándose a contestarnos sin añadir nada especial, pudiendo quedarse cosas en el tintero. Si por el otro lado la dejamos a su aire toda la entrevista puede contarnos hasta que su marido cuando le conoció ya notaba que le quería mucho, algo que para el caso que nos ocupa no aporta nada. Porque sí, en las entrevistas iniciales hay mucha información inútil la cual no debemos alimentar, tanto por ética hacia el paciente como por una cuestión de puro pragmatismo económico. Esos psicólogos que te preguntan hasta tus amistades de la infancia cuando has ido porque te dan miedo las arañas no hacen más que hacer crecer su cartera sin producir cambios reales en el paciente.
Oh, ¿y los datos personales no se los damos? Aquí la recomendación es ir tomándolos poco a poco y sin romper el ritmo de la entrevista. Si comenzamos con ''Dígame su nombre. Ahora su dirección. Ahora su teléfono. Número de hijos. Trabajo. Pie que calza'' crearemos un bonito formulario burocrático de esos que son anti emocionales 100%. Lo normal es comenzar preguntándole su nombre (aunque lo recordemos, nos servirá para romper la tensión inicial con una pregunta que seguro sabe contestar) y entrar ya en materia, dejándole hablar al cliente. En determinados momentos haremos preguntas como ¿y qué edad me dijo que tenía?, apuntándolo y siguiendo con el curso de la entrevista. En este punto la manera de actuar es ya más libre y no suele ser planteada por ningún psicólogo, prefiriendo tomar todos los datos a pelo desde el principio. Hacerlo no quiere decir que vaya a condenar al fracaso ya la evaluación pero... es mejor hacer las cosas bien.
Esta entrevista acabará con unas pequeñas pinceladas sobre lo que le ocurre al paciente, las cuales en su mayoría seran reformulaciones de sus propias palabras. Insisto: no debemos marearnos ni marear con tecnicismos ni diagnósticos precipitados. Este es el momento de normalizar la situación del paciente, pedirle tareas para casa y concretar los aspectos formales del proceso: honorarios, días de consulta, vacaciones... Y, por supuesto, motivarle para continuar. Poner en negrita que lo que le ocurre se podrá superar con nuestra ayuda si se involucra en el proceso. Fijaremos la próxima consulta y ya está, paciente incluido en la base de datos.
Algunos aspectos específicos de esta primera entrevista
-Cuando son padres que traen a sus hijos a consulta: Al niño nunca hay que mentirle ni ocultarle cosas. Se adaptará el lenguaje todo lo que haga falta pero debe saber todo lo que ocurre y ocurrirá, aunque los padres insistan en ''protegerle'' comunicándole lo menos posible y pidiéndonos que no le digamos casi nada. Tanto por ética como por calidad del proceso debemos involucrar por completo al niño. El realizar entrevistas individuales con ellos ya depende de cada caso, donde nos encontraremos desde críos de 5 años que han madurado a la fuerza por la situación conflictiva en casa hasta a niños de 11 años que no pueden ni estar sentados en la silla. En un principio siempre hay que intentar hacerla pero el mundo real no es un libro de texto con situaciones ideales desgraciadamente...
-Cuando viene una pareja por problemas en la relación: Pueden venirnos por separado o juntos pero el proceso siempre será igual: entrevista en conjunto, entrevista por separado (junto a otros procesos de evaluación, claro) y una entrevista final juntos donde se pondrá todo sobre la mesa para alcanzar un consenso. Nunca afiliarse a uno de los miembros de la pareja, e insistir mucho en el trabajo mano a mano entre los cónyuges, aunque el problema lo presente solo uno.
-Cuando el motivo de la consulta no es algo clínico: Al psicólogo muchas veces se va por cuestiones ajenas a duras patologías y tragedias personales. Gente que quiere mejorar aspectos de su vida, consultas particulares de apenas un par de días, jóvenes que acaban de llegar a la mayoría de edad y no saben qué estudiar... Hay de todo y todos merecen un trato profesional. Nunca hay que incitar a alargar el proceso, si un chico de 18 años con buenas notas en bachillerato solo necesita un par de semanas de evaluación para decidirse se hacen, se le desea suerte y se cierra el caso.
-Cuando la entrevista es imposible de realizar: Casos urgentes de suicidio, pacientes que entran en grupos de terapia ya comenzados, niños incontrolables, procesos judiciales que requieren una respuesta YA... Casi todas estas situaciones se salen de lo ideal y el psicólogo tendrá que improvisar para alcanzar una solución lo más práctica posible asumiendo que las cosas podrían hacerse de mejor manera pero que las circunstancias nos superan en muchas ocasiones. El mundo real de nuevo, desgraciadamente. Como pacientes nos queda seguir con la motivación del cambio y saber que el psicólogo, como profesional, llegará a una solución práctica en la que participiremos completamente.
Últimos apuntes en este momento
Hay muchas cosas en el tintero, las cuales comentaré en la siguiente entrada. No hay que quedarse con la idea de que todo es entrevista la primera vez que hablamos con el psicólogo. Es una herramienta muy útil por su flexibilidad pero no lo principal, para nada es la piedra rosetta de la psicología. Un psicólogo que solo habla y habla no va a ayudarte realmente.
La evaluación, no me importa reconocerlo, es una de mis partes favoritas, o la que más incluso, de la psicología. Tiene muchos matices y procedimientos para alcanzar el entendimiento de la persona. Y, como he insistido en muchísimas ocasiones, tener las cosas claras sobre la persona que tienes en frente es fundamental en todos los sentidos. Huid de los que hacen las cosas rápido. Pero sobre esto y demás para la siguiente! =)
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